Cuando Dios creó el mundo, dio al hombre el dominio sobre la naturaleza y los animales, para que los cuide y los respete, como un elemento más de su creación. Pero la corrupción del mundo, que se puede ver en tantas facetas, también se ha demostrado en comportamientos humanos asociados al maltrato o la indiferencia para con ellos, y esas actitudes no siempre despiertan la conmoción y el estado de alerta que debería.



No vinimos a este mundo a hacer abuso de nuestra posición dominante como seres superiores. No se nos dio la inteligencia para abusar de la nobleza de seres sin maldad. No se nos dio la capacidad de organizar y planificar para llevar adelante un acto tan cobarde y humillante para la condición humana como lo es el maltrato hacia otro ser inferior.
No alcanzarían las hojas de un libro para contar ejemplos de generosidad y entrega por parte de los animales para con sus dueños, o para con sus semejantes. Sin embargo, aún existen sobradas muestras de barbarie humana que nos ponen varios escalones debajo de ellos.



La vida tormentosa a la que se somete a animales vacunos, gallinas, peces, para su posterior consumo son una muestra explícita de esto. Y, vale la aclaración, no ponemos en discusión aquí la alimentación con carne animal, sino simplemente la crueldad a la que se somete a estos seres vivos en los procesos de crianza y producción. También podemos hablar de la caza indiscriminada por deporte o por diversión, o de los maltratos inentendibles a animales domésticos que solo saben de pureza, inocencia y amor hacia los seres humanos.



Por todo esto, dejemos de lado el capricho de la elección de un día para el animal y pensemos en cuán degradante se está convirtiendo nuestro triste paso por este planeta si no sabemos poner freno al salvajismo de hacer valer la fuerza justamente ante el más débil.
No habrá una verdadera búsqueda de paz mientras el hombre no pacifique su relación con los animales, ya sea en la relación doméstica e individual, o en los procesos industriales. El país y el mundo necesitan de más leyes proteccionistas que pongan freno a la barbarie, pero sobre todo, necesitamos más conciencia y empatía. Los animales necesitan que esto se haga realidad y para ello hay algo que se hace imprescindible: nuestra voz.
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