El siglo XXI nos ha puesto frente a enormes avances tecnológicos y científicos, pero también frente al enorme desafío de conservar el único lugar que tenemos para vivir.
La formación de la conciencia ciudadana es muy importante en los aspectos sociales y políticos, también en las cuestiones alimentarias y de salud, pero no puede ni debe aislarse de las temáticas ambientales, que son, en definitiva, las que tienen que ver con la supervivencia misma del planeta y la continuidad de la especie.
Vivimos tiempos donde el mundo económico y financiero ocupa cada vez más el centro de las sociedades y se descuida el aire, el agua, la tierra. La contaminación, el desmonte, la superproducción son fenómenos que tras la búsqueda de la prosperidad económica van dejando en jaque, uno a uno, los recursos naturales de los que disponemos.
Hoy en el país se desmonta a mansalva. Las escasas leyes que existen para proteger la vegetación son burladas por los grandes terratenientes que saben que cada porción más de tierra significan algunos millones más en sus cuentas. El modelo sojero no solo propicia el monocultivo, con todo lo dañino que resulta para nuestra flora y fauna, sino que también contamina el aire, los alimentos y a las poblaciones cercanas con los llamados “agrotóxicos”.
La contaminación y el deterioro ambiental, lejos está de ser un patrimonio exclusivo de las grandes ciudades: el campo ha adoptado un modo de producción cada vez más nocivo y esto repercute también en nuestra alimentación.
El acceso a la mayor cantidad de información posible nos hace mejores y nos hace protagonistas de un proceso en el que si no somos nosotros los que defendemos y cuidamos nuestro planeta, nadie tomará ese compromiso en nuestro lugar.
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