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La crítica social de Roberto Arlt en “El amor brujo”: cambios sociales y vicios que perduran

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Roberto Arlt fue uno de los grandes escritores argentinos del siglo XX, aunque poco valorado por sus contemporáneos ya que su literatura mostraba los suburbios de Buenos Aires y presentaba personajes de la baja sociedad, lo que despertó el desprecio de los críticos de las élites. Arlt escribió varias obras de teatro pero también obras narrativas, tales como “Los siete locos” “Los lanzallamas” o “El juguete rabioso”. Pero lo que queremos compartir en esta oportunidad, es un fragmento de una de sus primeras novelas, “El amor brujo”, que relata el amorío de un joven ingeniero casado, con una típica adolescente, historia adornada con profundas reflexiones acerca de la sociedad, la familia y el sentido propio de la existencia.

Aquí vemos una dura crítica a la sociedad de ese momento, sus hipocresías, sus falsedades y trivialidades, que claramente podrían ser aplicadas al mundo de hoy.

«Estas vidas mezquinas y sombrías manoteaban permanentemente en el légamo de una oscuridad mediocre y horrible. Por inexplicable contradicción nuestros criados de cuello duro eran patrioteros, admiradores del ejército y sus charrascas, aprobaban la riqueza y astucia de los patronos que los explotaban, y se envanecían del poderío de las compañías anónimas que en substitución del aguinaldo, les giraban una circular: el remoto Directorio de Londres, Nueva York o Ámsterdam ‘agradecía los servicios prestados por la excelente y disciplinada cooperación del personal’.

Sociedad, escuelas, servicio militar, oficinas, periódicos y cinematógrafo, política y hembras, modelaban así un tipo de hombre de clase media, alcahuete, desalmado, ávido de pequeñas fortunas porque sabía que las grandes eran inaccesibles, especie de perro de presa que hacía deportes una vez por semana, y que afiliado a cualquier centro conservador, con presidencia de un generalito retirado, despotricaba contra los comunistas y la Rusia de los soviets.

La psicología de estos tipos, primaria y malvada, se estropajaba a través del tiempo. Más tarde unos, más temprano otros, terminaban por refugiarse en el islote de una amante, cuya fotografía mostraban en el comienzo de sus relaciones a sus camaradas, entre cuchicheos obsenos. Y conste que los que se echaban una amante eran los más inteligentes del grupo. La morralla frecuentaba el lenocinio, casi siempre la misma prostituta, cuyas especialidades ensalzaban, hasta terminar por confundir las aptitudes profesionales de la meretriz con la conducta pasional de una querida.

A veces estas relaciones terminaban en un drama sangriento, que los diarios de la tarde explotaban tres días seguidos. Al cuarto día, un nuevo crimen llegaba con su repuesto fresco a substituir el delito agotado.

(…)

¡El deber! ¿Dónde se encuentra el Perfecto que cumple con su deber?

Almas pequeñas, cuerpos débiles, discernimientos timoratos. ¿Estos son los representantes del deber?

Arriba fabrican acorazados los que violan el deber. Abajo duermen en cuchitriles los que cumplen con el deber . El deber de los abajo es observar el programa que les trazan los de arriba. ¿O es que alguna vez los abajo confeccionaron un programa de Deber?

Viven. Eso. Mecanizados como hormigas. Con un itinerario permamente. Casa, oficina, oficina, casa. Café. Del café al prostíbulo. Del prostíbulo al cine. Itinerario permamente. Gestos permanentes. Pensamientos permanentes. Cumplimos nuestros deberes. ¡Somos honestos! ¡Somos vírgenes! ¡Cumplimos con nuestros deberes! Respetamos a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestras hermanas, a nuestros hijos. Somos virtuosos. ¡Cumplimos con nuestros deberes! Idénticos a hormigas. Van, vienen. Viven. Ésta es la vida. No existe un solo cobarde que no sepa demostrarnos por qué es valiente al cumplir con su deber.

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